jueves, 28 de enero de 2016

AMOR

Un famoso maestro se encontró frente a un grupo de jóvenes que estaban en contra del matrimonio. Los muchachos argumentaban que el romanticismo constituye el verdadero sustento de las parejas y que es preferible acabar con la relación cuando este se apaga, en lugar de entrar a la hueca monotonía del matrimonio.
El maestro les dijo que respetaba su opinión, pero les relato lo siguiente:
“Mis padres vivieron 55 años casados. Una mañana mi mamá bajaba las escaleras para prepararle a papa el desayuno y sufrió un infarto. Cayó.
Mi padre la alcanzó, la levantó como pudo y casi a rastras la subió a la camioneta. A toda velocidad, rebasando, sin respetar los altos, condujo hasta el hospital. Cuando llegó, por desgracia, ya había fallecido.
Durante el sepelio, mi padre no habló, su mirada estaba perdida. Casi no lloró.
Esa noche sus hijos nos reunimos con el.
En un ambiente de dolor y nostalgia recordamos hermosas anécdotas.
El pidió a mi hermano teólogo que le dijera donde estaría mamá en ese momento. Mi hermano comenzó a hablar de la vida después de la muerte, conjeturo como y donde estaría ella.
Mi padre escuchaba con gran atención.
De pronto pidió: “llévenme al cementerio”.
Papá -respondimos-, son las 11 de la noche, no podemos ir al cementerio ahora! Alzo la voz y con una mirada vidriosa dijo:
“No discutan conmigo por favor, no discutan con el hombre que acaba de perder a la que fue su esposa por 55 años”.
Se produjo un momento de respetuoso silencio.
No discutimos más.
Fuimos al cementerio, pedimos permiso al velador, con una linterna llegamos a la lápida. Mi padre la acarició, lloró y nos dijo a sus hijos que veíamos la escena conmovidos: “Fueron 55 buenos años... saben ?
Nadie puede hablar del amor verdadero si no tiene idea de lo que es compartir la vida con una mujer así”.

Hizo una pausa y se limpió la cara. 

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